Nuestra Voz

Mi encuentro de niña con el Papa

 

La experiencia de trabajar en la docencia por muchos años nos da las habilidades para darnos cuenta de cómo los sucesos del diario vivir pueden afectar de por vida a los chicos. Dichos sucesos no necesariamente tienen que ser malas experiencias; también las experiencias gratas marcan la vida de los pequeños. Por eso es importante tenerlos en cuenta.

Con la visita del papa Francisco a nuestra ciudad, los recuerdos de mi niñez me remontan a la visita a mi país del papa san Juan Pablo II. Recuerdos que se refrescan en mi mente como si hubiera sido ayer, aunque hayan pasado muchos años.

Quizá como muchos niños o adolescentes de hoy, yo no tenía idea de quién pasaría por el boulevard cuando mi tía, mi madre de crianza, me llevó. Yo no sabía la razón por al que se habían reunido tantas personas, la algarabía. No entendía la prisa de mi tía, que me pedía apurarme porque se hacía tarde.

Recuerdo que llegamos y esperamos por mucho, demasiado tiempo diría yo para una niña que no sabía qué esperaba o a quién vería. Finalmente, apareció a lo lejos una caravana de motocicletas. Para ese entonces, ya mi tía me había explicado por décima vez que esperábamos al Papa. ¿Pero qué sabía yo del Papa?

¡Y ahí estaba! Recuerdo haberlo visto como se ven las películas en cámara lenta. El Papa pasó en el papamóvil rápidamente; aún al aire libre, sin protección, en aquella época. Era el año 79 y aunque han pasado 36 años, su sonrisa y su mirada, aun después de su partida, siguen frescos en mi memoria y en mi vida de fe.

Recuerdo su cara rozagante, su sonrisa juvenil y su mirada cristalina llena de luz del que conoce el amor del Señor. Así de impactante fue mi encuentro con el papa Juan Pablo II. Años después recibiría la llamada de Jesucristo y comenzaría mi conversión y mi servicio. Entonces reconocí que mi encuentro con el papa viajero Juan Pablo II había sido mi llamado y ese día se quedó marcado por siempre.

Recientemente fui entrevistada junto con dos más parroquianos en la Concatedral de Brooklyn por la BBC de Londres y me preguntaron qué impacto esperaba yo que tuviera la visita del papa Francisco. Volteándome para mirar a mi hija, que acababa de recibir la noticia de su selección para ir a uno de los eventos, contesté: “El más grande de los impactos que quisiera que tuviera, es que los jóvenes se enamoren de Cristo con tan solo ver al papa Francisco, aunque sea de lejos”.

Cada acontecimiento ayuda a la información que luego nos permitirá desarrollarnos en diferentes ámbitos en la vida. Estos sucesos se van entrelazando con los recuerdos diarios. Así se va definiendo lo que su hijo o hija serán cuando crezcan. Brindémosles experiencias de vida, de amor y esperanza. Deseo que 36 años después alguien cuente su historia del día que vio al papa Francisco en el Madison Square Garden o en el Parque Central de New York y cómo cambio su vida a partir de entonces.